Autoediciones blog !!!

miércoles, noviembre 29, 2006

El Pensador en la Plaza del Congreso

Yo estaba de paso... con mi maquinita fotográfica.
Habían vestido al Pensador...
para bañarlo. Lo vi tan discreto,
ensimismado. Y pude registrar
el momento, que comparto
con mi gente. Repitiendo:
el pensamiento es
nuestra única libertad incondicional.

Con un beso. Perpetua Flores

martes, noviembre 14, 2006

MINI TOURS POR MONTSERRAT

por Martha Dora Arias

Estaba en la Plaza de Mayo a metros de la pirámide, sola mi alma con una carpeta bajo el brazo.
Rodeada de palomas pensé nostalgiosa en mis familiares ausentes que por alguna circunstancia aún no conocían Buenos Aires. Miré detenidamente el Cabildo, las fachadas de los sólidos edificios del entorno con recovas y columnas gruesas que rodean la plaza, choqué la vista con la Casa Rosada y los granaderos de guardia, con la Catedral metropolitana y sin más, tomé la decisión : " voy a empezar la caminata turística por la catedral, será útil para mi monografía".
Crucé la calle Rivadavia, enfilé hacia la puerta donde arde, sobre la vereda, la lámpara votiva que jamás se apaga ; comparé su llama danzarina con el fuego interior de una amiga que siempre se incendia y entré en la iglesia; frente de la cureña del Libertador me entretuve cuarto de hora con las placas y dejé flotando para mi héroe de carne preferido, una oración aprendida en la niñez.
La mirada a las imágenes religiosas, al púlpito, a las criptas decoradas, a los artísticos vitraux, a la pila de mármol bautismal despertaron mi conciencia y un profundo reconocimiento a la obra cultural que aflora en todos los rincones. Me despedí de Dios y salí reconfortada. En ese momento los granaderos elevaban un toque de clarín por el cambio de guardia y se desplazaban en diagonal por la histórica plaza el Cabildo. Cerré los ojos para dimensionar mi espíritu y hasta me pareció escuchar un trote de caballos y chasquidos de diligencias sobre los adoquines.
Pensativa caminé por la Avenida de Mayo buscando La Prensa, el diario habitual de mi casa paterna, el que mi madre leía después de la siesta en la mesa redonda de cemento, bajo el parral ¡siempre a la siesta! porque cuando niña los diarios viajaban en ferrocarril, diez horas, desde Buenos Aires hasta mi pueblo chico de Federación, el sitio entrerriano donde nací. ¡Qué tiempo el de los trenes a carbón de piedra y chimeneas de humo pitando por las vías por donde los chicos jugaban inconscientes buscando el equilibrio sobre los rieles, ahí, enfrente mismo de la estación!
Reaccioné de los recuerdos casi al seiscientos de la avenida de Mayo, cuando la chapa deslustrada del suntuoso portal me dio indicios de que estaba en el lugar buscado. Me detuve. Leí la inscripción de la importante placa, no correspondía a la del diario, " acá funciona otra institución, la Secretaría de cultura municipal " me dije.
Observé las puertas de hierro y el artesanal cerrojo con leones de bronce; el extraño león metálico lleva por orejas sendas flores manchadas y por melena, una especie de corona imperial con vericuetos desteñidos; la boca del león aprieta fuerte la manija del portal con los dientes mientras su mirada frontal - entre sufrida y desafiante-se encuentra con la mía. Ante la escalera de mármol, con claras señales de vejez y las rejas de barrotes descascarados que ya ni recordaba, me dije: piba...¡cuánto tiempo sin caminar por Buenos Aires!
La brisa agradable y el suave aleteo de las hojas en pleno Montserrat, agregaban un toque de frescura a la mañana. Entré al Tortoni, pedí un café con canela bien caliente y después de pagar recorrí con lentitud las obras del salón; quise saber quiénes habían firmado las pinturas. Sin inhibiciones me transformé en indiscreta mirona del óleo que colgaba de la pared y, repitiendo una técnica ensayada en la adolescencia, enrollé los dedos de la mano derecha a modo de cilindro, cerré el ojo izquierdo y coloqué el largavistas improvisado sobre el otro ojo, bien abierto. Abrí y cerré el catalejo de mi mano a discreción como si fuera el diafragma de una cámara fotográfica; me alejé y me acerqué del cuadro usando siempre los dedos para escudriñar las profundidades de la pintura, como lo hacíamos en la secundaria, cuando los profesores nos enseñaban a mirar, en las exposiciones. Satisfecha por la ocurrencia atravesé el salón dispuesta a irme cuando las fotografías monocromo de la vidriera de la entrada me frenaron.
No había reparado en ellas al ingresar al café , así que me doblé para ver las viejas tomas de escritores famosos que antes se reunían en esa especie de guarida o cueva fenomenal que fue el Tortoni para los intelectuales. ( Seguramente Jorge Luis Borges, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni y otras figuras de las letras habían otorgado al lugar, con su presencia, una cuota de prestigio en tiempos en que la avenida se llenaba de murgas callejeras, mesas, sillas en la calle y zarzuelas que escapaban pícaras del teatro para esfumarse por los veredones)
Cuando terminé de leer las últimas referencias al pie de las fotografías controlé la hora , era tiempo de siesta. Ahora sí, me voy con esta milonga que brota del piano y me escolta entre las mesas de porteños y turistas hasta el umbral de salida ¡Chau Tortoni!
Fuera del café me desplacé sin apuro, tenía tiempo y ganas de caminar.
Moviéndome despacio, consciente de lo que estaba descubriendo, me sentí jerife entre la gente apresurada.
Una pareja de brasileros se acercó a preguntar por el pasaje Barolo; con actitud
segura señalé con el brazo y les hablé con placer de las cúpulas y las farolas, de las esculturas y las fuentes. Con los "brigado" sonándome en la mente y el paso más ligero, logré atravesar con éxito la ancha 9 de Julio. A resguardo del tránsito apretado, busqué la agenda, identifiqué el número exacto del edificio que buscaba y durante unos minutos, papel en mano, bosquejé el frente de la casa de Baldomero Fernández Moreno, A la par refrescaba los versos de "Setenta balcones y ninguna flor." ¡Sabía el poema de memoria! La maestra entrerriana de cuarto había conseguido que todos los alumnos lo grabáramos en el corazón y, mientras recordaba... "a sus habitantes, señor ¿qué les pasa?..." comparé el contenido de los versos con la fachada que tenía al frente , me pareció que nada había cambiado, que aún después de tantos años todo está igual o peor y que los balcones de ahora se ven tan vacíos como lo describió el poeta.
Desandé el tiempo, regresé a mi infancia donde los valores educativos se arrimaban al alma de Baldomero y dispuesta a producir algo importante, comprometido, enfilé hacia mi departamento con las anotaciones y los dibujos bajo el brazo. Iba con las vivencias frescas, con los ángeles de mi espíritu en pleno vuelo.

miércoles, noviembre 08, 2006

Prueba

Aquí iniciamos nuestros blooooggggggg!!!!!!!